No es que me emocione otro amanecer...

Me encanta que, al ir caminando, pansativa, con mis auriculares puestos salte la siguiente canción, y no sea otra que Moon River y no tenga más remedio que acordarme de esa casa, repleta de pósters de cine en la que aprendí a valorar el cine clásico...

Me encanta ir con mamá en el coche y escuchar de repente un Total Eclipse of  heart que cantabas a toda voz con Mawi mientras subías montes en la sierra...

Estar en el sofá de tu casa viendo Robin Hood y oir el tan llorado Everything I do, I do it for you con el que tanto pensaba en él...

Estar buscando ropa en el lefties mientras suenan las Cien Gaviotas con las que Mar y yo nos disfrazábamos a los 11 años frente al espejo de su madre poniendo a su hermano pequeño de batería y a su hermano mayor a la guitarra eléctrica...

Estar en el salón mientras Reli escucha Sin miedo a nada, me recuerdo cantándola junto Marta Baena frente a las letrinas del campamento, escondiéndonos de las actividades de sección y hablando sobre el amor...

Estar haciendo un trabajo en grupo y que suene Mirando al Cielo mientras te quedas en babia recordando lo difícil que fue afrontar esa distancia de la que la canción habla...

Cantar éxitos de rock en una boda cuando el novio le pide al cantante que toque el Cadillac Solitario, tu canción, nuestra canción...

Nunca acabaría de relatar canciones y situaciones que me llevan a pensar en lo bonita que la música hace mi vida, en la de momentos especiales que me ha ofrecido, en las ganas repentinas de volver a estar ahí gritando a los cuatro vientos que esa canción nos unió, que gracias a esa melodía jamás olvidaré esos minutos de mi vida, que gracias a ese estallido de notas musicales siempre permancerá en mis recuerdos.